Siempre
ha sido doloroso, pero en cada época se han vivido unas costumbres y
han ocurrido cambios culturales que han contribuido a que sea más o
menos penoso.
Cuando
una persona se encontraba grave, poco antes de morir, iba el médico
y el cura, todos a caballo, y le daban los últimos auxilios,
confesión, comunión y la extremaunción. La religión estaba tan
arraigada que no se ponía en duda llamar al sacerdote para hacer esa
última confesión, estaba mal visto no hacerlo así, aunque la
familia no fuera muy religiosa.
Por
entonces, había más curas, la fe parecía más profunda o distinta
a nuestros días, se vivía incluso con miedo.
En
nuestro pueblo, Montefrío, en los años 50 había mucha población
rural.
Los
cortijos estaban comunicados por veredas para caballería, malos
caminos por donde se debía llevar a los difuntos a hombros de cuatro
personas.
Montefrío
siempre ha sido muy solidario para acudir a los entierros.
Había
una costumbre para agradecer esos esfuerzos en los caminos por parte
de los familiares que era llevar una botella de aguardiente y cuando
se hacía una parada, la pasaban de unos a otros, poco higiénico
ahora, pero era todo un detalle. A veces se tardaba en llegar al
pueblo más de 3 horas porque había que cruzar arroyos y si había
llovido, el agua podía llegar incluso a la cintura.
Una
vez en el pueblo, los difuntos no entraban a la iglesia, el cura, el
sacristán y los monaguillos con crucifijos y dos velones le hacían
un responso en la puerta. Si el difunto era del pueblo, este cortejo
iba hasta la casa del difunto y después hacían el responso en la
puerta de la iglesia.
Finalizado
el responso, toda la comitiva acompañaba a hombros al difunto hasta
la salida del pueblo (hasta el cruce de la Avenida de la Paz), desde
donde continuaban ya solo los amigos y familiares hasta el
cementerio. Después durante tres días se rezaban el rosario por el
difunto.
Un
trato bien distinto recibían las personas que se suicidaban al no
cumplir con los preceptos de la iglesia de que es Dios quien da y
quita la vida.
A
estos difuntos ni se les decía misa, ni responso y además no se les
enterraba en el cementerio cristiano al no poder descansar con las
almas bendecidas de este cementerio, se les enterraba aparte, en lo
que se llamaba cementerio civil.
En
cuanto al luto que se le guardaba al difunto, la cosa ha cambiado
bastante.
En
aquel tiempo, se guardaban 2 años para los padres y los hermanos, y
para otros familiares entre 6 meses y 1 año.
Durante
ese tiempo, el luto era muy riguroso, una tortura particularmente
para las mujeres porque se vestían de negro y este color absorbe
mucho el calor, y en tiempo de verano a más de 40 grados, en los
trabajos del campo como la siega o el arranque de garbanzos, era muy
duro.
Además
de vestir de negro las mujeres casi no salían a la calle ni podían
asistir a celebraciones.
Para
los hombres era diferente, se limitaban a llevar un brazalete negro y
tenían más libertad para salir que las mujeres.
En
algunos casos se dio la circunstancia de que una chica tenía novio y
por la muerte de algún familiar tenía que guardar luto, y al
terminar el luto el novio se había casado con otra. El luto era tan
estricto para las chicas particularmente, que no podían hacer
prácticamente nada, era como si estuvieran en un convento de
clausura.
Todo
es criticable, lo de antes y lo de ahora. Yo elegiría esta época
aunque tenga sus defectos.
Ahora
no queda ningún cortijo donde no llegue la funeraria con el coche
para el traslado y además existen los tanatorios para velar a los
difuntos y no tener que hacerlo en las casas.
Hoy
todo es menos rígido, más humano, quizás más sentido.
Paco Pareja
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